Arturo Castillo. Motivador y profesor de técnicas psicorrelajantes
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‘Informática y palabra, su uso efectivo’

Hasta hace poco, la palabra como tal era el medio y la herramienta utilizada por todo aquel que tenía que dirigirse a un grupo de interlocutores. Contaban la elocuencia, la riqueza gestual, el bagaje informativo, las experiencias personales, la habilidad para citar algún dato curioso, alguna anécdota.

El arribo de la informática dio un vuelco a esta manera ‘doméstica’ de comunicarse, con herramientas sorprendentes, que aun al menos favorecido de los conferenciantes le ha permitido salir del paso.

Frases píldora, estadísticas, una foto graciosa, unos gráficos, un buen ‘infocus’, y listo. Da la impresión de que cualquiera podría lucirse frente a un auditorio.

En la práctica, sin embargo, quien desconoce el lenguaje, quien no lo maneja con destreza y gracia, tenderá a abusar del recurso tecnológico, volviéndose dependiente. La palabra tendrá para él un valor tangencial, instrumental. Tratará de deslumbrar con clichés, con frases hechas; repetirá hasta el cansancio lo poco que leyó o escuchó en uno de los repetitivos talleres de capacitación.

Usará los medios electrónicos con la esperanza de que le cubran las espaldas, que maquillen sus dificultades como orador. Quien, en cambio, utiliza con criterio esos recursos, se toma la molestia de afinar su habilidad para comunicarse.

Desde otra perspectiva, el buen manejo del lenguaje no debiera restringirse a ocasiones especiales, a coyunturas como la presentación de proyectos e informes. Especialmente si los individuos ocupan jefaturas, lideran grupos de trabajo, representan a la empresa externamente, debieran cultivar el don de la palabra; no solo de la palabra ‘vendedora’, sino de aquella que denota una buena formación profesional y humana.

El consejo es el mismo de siempre: lectura variada, ligada a la realidad del país, del mundo, que instruya y dé material para reflexionar, que provoque apertura mental, que ayude a rebasar los límites de la especialización y haga del sujeto un curioso insaciable, un buscador de oficio, un apasionado del conocimiento.

La utilización de la palabra es un ejercicio cotidiano ineludible, que exige sentido de oportunidad, empatía, intuición, actitud lúdica y prudencia. Lamentablemente, la rutina trivializa la comunicación, la vuelve mecánica y funcional, la traduce a patéticos mensajes de texto.

La generalidad de los individuos solo cuenta con un reducido léxico, alusivo a sus tareas, a la superficialidad del contacto con incontables personas, que le son desconocidas, aunque acostumbre llamarlas amigos, compañeros o colegas.