La empresa es exitosa, en buena medida, por el buen manejo del tiempo de sus miembros. Foto: Flickr

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¿La oficina sufre de ‘reunionitis’?

3 de agosto de 2017 15:26

El tiempo es un recurso no renovable. No solo eso, el tiempo es irrecuperable. Lo vivido jamás tiene una repetición; lo no vivido no encontrará, nunca, una segunda oportunidad.

Puede decirse que muchos conflictos humanos están ligados a experiencias de tiempos fallidos, a lo que no fue, a lo que en un momento pudo ser.

Pese a ello, estamos totalmente convencidos de nuestra soberanía sobre el tiempo; creemos que nos pertenece. Unilateralmente, planificamos, desde lo trivial hasta lo trascendente, con la certeza de que cada cosa se cumplirá a pedir de boca. La fuerza de los hechos nos hace reconocer que el tiempo es inasible, que está fuera de nuestro control.

En el ámbito laboral, concretamente, el tiempo es un recurso generalmente administrado de manera despreocupada y poco eficiente. Se trata de un tiempo colectivo, obligado a arrojar resultados predecibles y concretos.

Los empleados resignan la soberanía sobre su tiempo, lo dan en alquiler, para que la empresa lo estructure y administre.

Pero aparte de ello, hay una cronología empresarial. Las organizaciones son creaciones dentro de los límites del tiempo. Una empresa es exitosa, en muy buena medida, por el manejo que hace de los tiempos, lo cual se ve reflejado en el orden y la planificación. La planificación no es otra cosa que administración del tiempo, algo que se hará en el curso del tiempo.

Entre varios aspectos que caracterizan a las empresas, que determinan su idiosincrasia, está, justamente, el manejo del tiempo. Puede ser, por ejemplo, que haya un manejo bastante descuidado del tiempo productivo, que sus directivos y empleados no lo valoren realmente, que haya continuas distracciones, que la gente se disperse con facilidad.

Hay hábitos organizacionales que hacen que el tiempo se vuelva insustancial, improductivo. Puntualmente, las maratónicas y frecuentes reuniones de trabajo, que pueden convertirse en una forma de debilitamiento sistemático de la empresa.

Suele ocurrir en ocasiones que quienes administran el tiempo colectivo, no siempre están conscientes de las rutinas del personal; desconocen los cronogramas, los tiempos de cada departamento y de cada trabajador.

A fin de estructurar su propio tiempo, muchos jefes recurren a las constantes reuniones con sus equipos de trabajo. Daría la impresión de que tienen pocas tareas para sí mismos, de modo que les sobra tiempo, que lo dedican a quitárselo a los demás.

Obviamente, las reuniones son absolutamente necesarias, pero deben ser utilizadas con eficiencia, con una planificación puntual, con objetivos bien definidos.

La dispersión, el desenfoque de los propósitos, la falta de concisión, el deseo de lucimiento, el afán de hacer de las reuniones de trabajo tribunas para la exaltación del ego, son asuntos que convierten a las reuniones en ámbitos detestables y tediosos. Reuniones molestas para los distintos mandos de una firma.

Usar las juntas para continuas críticas, para el ridículo público, debilita el ánimo, compromete la unidad del equipo de trabajo, genera inestabilidad emocional, disminuye las ganas. Sin embargo, las empresas hacen poco o nada para desterrar ese hábito, molesto en ciertos casos.

Lamentablemente, los psicólogos industriales o las áreas de recursos humanos de las compañías no se ocupan de estos temas, que son, finalmente, cuestiones ligadas a la conducta laboral.

La ‘reunionitis’ es un mal del que aquejan muchas empresas, como producto de patrones mentales, que terminan institucionalizándose. Las organizaciones, como entes vivos, también tienen un lado inconsciente, un inconsciente grupal, donde radica todo aquello que no se reconoce o admite. Es la sombra institucional que aqueja a las empresas.