Arturo Castillo. Motivador y Profesor de técnicas psicorrelajantes
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Adicción electrónica: ¿quién se salva?

Sumariamente, la negación es un mecanismo psicológico de defensa orientado a evadir la realidad. Este fenómeno, que a veces puede ser inconsciente, se manifiesta a nivel individual y colectivo. Es bien conocido, por ejemplo, que muchas personas niegan aspectos de su propia existencia que les resultan dolorosos, como una manera de preservar su equilibrio emocional y psicológico.

Un ámbito frecuente de la negación son las adicciones. La persona afirma que está en control de la situación, que puede dejar la dependencia cuando se lo proponga. En cuanto a las adicciones colectivas, algunas de ellas se justifican, más aún, pasan por normales.

Concretamente, las adicciones electrónicas no se aceptan como tales, pues socialmente se las ve como algo inocuo. Después de todo, se piensa, ¿quién no es ‘adicto’ al Internet? ¿Quién no padece de algún grado de fijación hacia su celular?

Esta declaración irónica, ‘humorística’, soslaya a gravedad del asunto; lo niega y racionaliza. Tal trivialización empieza a pasar factura. Ya hay, concretamente, empresas que se declaran impotentes, que no saben cómo lidiar con ciertos trabajadores, cuya adicción a los dispositivos electrónicos incide en el cumplimiento de sus responsabilidades laborales.

En algunos casos, el problema tiene tintes dramáticos, pues las empresas poco o nada pueden hacer para controlar a los compulsivos usuarios de aparatos ‘inteligentes’. Hasta hace poco bastaban las restricciones de acceso a la Red, el bloqueo de ciertos sitios; pero actualmente, cualquier persona puede contratar un paquete de datos para su celular, lo cual le da libertad adictiva.

Antes, el inconveniente radicaba en la saturación, que hacía colapsar la Red, a más de la obvia pérdida de tiempo y desenfoque de la atención. Hoy preocupan el despiste, el absentismo psicológico, la desconexión emocional con el empleo, la improductividad. Aparte de ello, la generación de estrés por no poder leer y responder los insistentes mensajes, el ansia de no poder chatear, empobrecen la comunicación, el contacto con personas reales. Obviamente, no corresponde a las empresas lidiar con estos sujetos. De poco servirán los llamados de atención; ellos reincidirán. Como se mira el asunto, quizás los jefes deban asegurarse de que los postulantes a trabajar en sus compañías no padecen de adicción electrónica. La pista podría estar, justamente, en las redes sociales. Aparte de ello, un cuestionario bien hecho, con preguntas claves, sobre la utilización de los dispositivos electrónicos, podría revelar datos interesantes.

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