En Otavalo, Verónica Campo diseña una variedad de collares   y manillas que ofrece en ferias como la de la Plaza de los Ponchos. Foto: Francisco Espinoza para LIDERES

En Otavalo, Verónica Campo diseña una variedad de collares y manillas que ofrece en ferias como la de la Plaza de los Ponchos. Foto: Francisco Espinoza para LIDERES

Esta bisutería étnica de Otavalo cautiva al turista

22 de marzo de 2017 11:12

Aunque nunca le interesó aprender cómo se elaboraban las hualcas (collares, en español), para Verónica Campo esta actividad se convirtió en su oficio.

Ha dedicado los últimos seis de sus 29 años a diseñar y confeccionar los elegantes colgantes típicos, que son elementos infaltables en el atuendo de la mujer kichwa.

Ella pertenece a la segunda generación de su familia dedicada a esta tarea. Comenta que heredó la habilidad de su madre, Zoila Tixicuro, para unir los mullos de vidrios bañados en oro. Es la única de seis hermanos en continuar con esta tradición manual.

Campo creció en medio de una costumbre en la que antes las damas indígenas mostraban su poder económico y prestigio en el grueso de estas gargantillas.

Sin embargo, hoy las jóvenes prefieren los collares más delgados, a diferencia de las matronas mayores. Incluso, eso le ha permitido fusionar en un mismo colgante los dorados mullos con corales, muranos o cristales. Todo depende del gusto del cliente, asegura.

Los nuevos modelos tienen buena acogida, comenta Cristian Yaselga, esposo de Campo. Él resalta la destreza y el esmero que pone para elaborar cada colgante.
Una sarta de cuatro filas de mullos gruesos cuesta USD 90. Los más delgados, en cambio, 60.

También hace pulseras con mullos rojos o corales finos, que las damas portan en las muñecas. Antes, para las mujeres esta no era una prenda decorativa sino que les permitía tener fuerzas en sus manos para trabajar la tierra. Así dice la tradición.

El emprendimiento al que bautizaron como Aly Maky (Buena Mano) también les impulsó a retornar al país. Cuando recién se casaron, la pareja viajó a Venezuela y a México a probar suerte, con la venta de artesanías. “Decidimos volver para trabajar y creo que nos ha ido mejor”.

En Otavalo los locales de ropa y de artesanías indígenas cautivan el interés de los turistas. Kristi Mahoney, de Estados Unidos, no resistió probarse uno de los finos collares que confecciona Campo. Con un español con acento inglés aseguró que le gustaba mucho.

La artesana comenta que este tipo de bisutería cautiva más a los extranjeros. Por eso, decidió instalar su local en el Mercado Centenario o más conocido como la Plaza de los Ponchos, ubicado en el centro de la ciudad de Otavalo.

Sus trabajos también los promociona en ferias de Quito, Cuenca, Guaranda, Riobamba y Manta. En esta última urbe participa en una exposición periódica que promueve la Dirección Municipal de Turismo de esa urbe por el arribo de cruceros. La temporada inició en octubre del año pasado y concluirá en abril próximo.

Con un tono de orgullo, la diseñadora de bisutería étnica comenta que también tiene pedidos de estas joyas de Francia, Italia, Bélgica y Estados Unidos.

La artesana ha puesto a prueba su habilidad con la confección de colgantes que usan mujeres del pueblo kichwa Saraguro, que habitan en el sur del país. Son brillantes, con mullos de diversos colores, que cuelgan desde el cuello hasta el pecho.

Aly Maky también tiene una línea de productos textiles. Ofrece sacos, bolsos, cobijas y cojines, que son elaborados por Yaselga. Este artesano otavaleño recuerda este emprendimiento lo inició con USD 2 000. Los recursos provinieron de sus ahorros.