Fotografía de una muestra de la carne obtenida con células de vacuno por la empresa holandesa Mosa Meat. Foto: EFE

Fotografía de una muestra de la carne obtenida con células de vacuno por la empresa holandesa Mosa Meat. Foto: EFE

¿Carne de laboratorio o más sacrificio de animales?

12 de septiembre de 2018 10:00

Unas pocas empresas están proyectando un futuro en el que la carne no provenga del sacrificio de animales sino de la multiplicación de células en el laboratorio, un plan lleno de obstáculos que hoy suena a ficción.

Una demostración del poder de la ciencia en ese campo llegó el 2013, cuando el holandés Mark Post presentó la primera hamburguesa artificial a partir de células madre de vacuno.

Ese experimento costó 250 000 euros, aportados por Sergey Brin, cofundador de Google, uno más entre quienes se oponen al impacto que tiene la ganadería sobre el bienestar animal y sobre el medioambiente (responsable de un 15% de las emisiones de gases de efecto invernadero).

Cinco años después, fuentes de Mosa Meat, la empresa impulsada por Post, afirman que el precio será de unos USD 10 por hamburguesa “cuando aumente la escala de la tecnología actual”.

Ese proceso tomará su tiempo, señalan las fuentes, que calculan que habrá que esperar entre cinco y siete años para lograr un producto competitivo en el mercado y una década para que esté “ampliamente disponible”.

Su propuesta consiste en tomar las células del músculo de una vaca, por ejemplo, mediante una biopsia con anestesia y hacer que proliferen en el laboratorio como si estuvieran dentro del animal, hasta lograr un nuevo tejido.

Los científicos han logrado una alternativa al suero bovino y añadir grasa, importante para dar gusto y sensación en la boca, si bien necesitan optimizarlo, según Mosa Meat, que tiene previsto introducir esa carne a pequeña escala en el 2021.

No es la única iniciativa que busca desarrollar un nuevo modelo de producción para saciar la creciente demanda de carne: la empresa SuperMeat está intentándolo en Israel y el proyecto Shojinmeat en Japón, entre otros.

En EE.UU. se destaca Memphis Meats, que lanzó en el 2016 una albóndiga de “células cultivadas” y últimamente ha recibido financiación de los multimillonarios Bill Gates y Richard Branson, y las multinacionales del sector alimentario Cargill y Tyson.

Hay quien ve en el negocio un peligro para la actividad ganadera, por lo que puede parecer paradójico que algunas empresas cárnicas hayan mostrado interés en esa nueva biotecnología si no es para abrirse a futuras tendencias.

El pasado julio, Mosa Meat anunció haber recaudado 7,5 millones de euros de varios socios, incluido el mayor procesador de carne de Suiza, Bell Food Group.

Su viabilidad no solo está ligada a la producción a gran escala, sino que antes debe recibir el visto bueno de las autoridades garantizando su inocuidad, aunque está por ver bajo qué regulación.

Erin Kim, portavoz de New Harvest, instituto sin ánimo de lucro centrado en la investigación de la agricultura celular, expone sus reservas ya que, a pesar de los anuncios, todavía las compañías creadoras de prototipos no han puesto sus productos en el mercado.

“La ciencia no ha avanzado tanto como muchos creen”, asegura Kim, que recuerda que ese tipo de tejidos animales para la alimentación son “completamente diferentes a las piezas que se puedan usar en medicina” y requieren conocimiento desde la ingeniería hasta la bioquímica o la biología.

Frente al secretismo empresarial sobre los métodos empleados, Kim defiende “la transparencia, la apertura y el diálogo” para construir una base científica que sostenga el crecimiento de la industria y responda a las dudas de críticos, consumidores o re­guladores.

Justus Wesseler, profesor de la Universidad holandesa de Wageningen, consideró en una charla en Roma que, en cuestión de biotecnología, compañías y universidades de países como China no dan información, ya sea por motivos de “competencia o por no querer desatar reacciones sociales adversas”. El debate sobre está innovación en la industria alimenticia recién empieza.