Editorial. La Nación de Argentina (GDA)
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¿Empresarios o cortesanos?

El desistimiento de la mayoría del empresariado de interesarse en las condiciones generales de la vida pública y, sobre todo, en el despliegue de una economía más abierta y competitiva, no proviene solo de fisuras en la moral individual.

El debilitamiento de la sociedad civil, y sobre todo del empresariado, está en proporción directa con el desequilibrio de poder. La falta de control político, cuya expresión extrema es la imposibilidad de la alternancia, genera un tipo de gobierno que confunde la ley con su propia voluntad. Los reguladores se vuelven más arbitrarios, hasta adquirir la posibilidad de asignar o quitar porciones del mercado a los operadores económicos.

En un orden que alcanza ese nivel de deformación, muchos empresarios descubren que la afinidad con los gobiernos es, en sí misma, un negocio. Nacen los amigos del poder -el capitalismo de amigos-, que suelen serlo de todas las administraciones. Una sociedad diseñada de ese modo fija para los hombres de negocios un incentivo deplorable: la ambición por complacer a los funcionarios para obtener un favor o evitar sus persecuciones.

Las empresas extranjeras caen en la tentación de manejarse en ese mundo adoptando socios locales. En ese intersticio -que se abre con la complicidad y el miedo- florece la corrupción.

Una comunidad que funciona de este modo estimula los vicios de los empresarios y desalienta sus virtudes.

Terminan siendo estos más perspicaces en la relación del Estado y la política que en el entendimiento del mercado y sus exigencias. Decaen los emprendedores y se multiplican los ‘lobbistas’ y cortesanos.