Alba Acaro fundó Manimanía Foods y sus dos hijos Víctor (izq.) y José se encargan de su administración y la producción de la fábrica. FOTO: Julio Estrella / LÍDERES

Alba Acaro fundó Manimanía Foods y sus dos hijos Víctor (izq.) y José se encargan de su administración y la producción de la fábrica. FOTO: Julio Estrella / LÍDERES

Manihabs amplió la venta de habas y maní

24 de febrero de 2022 00:01

Ese sueño de migrar para encontrar un mejor futuro no es un lugar común en Alba Acaro. Esta lojana, que salió de los campos de su natal Gonzanamá para vivir en Quito, lo hizo realidad.

En el norte de Quito, ella y sus dos únicos hijos dirigen su empresa familiar, que elabora 12 tipos de productos, con maní, haba, chulpi y arveja, bajo la marca Manihabs. Dos años antes de la pandemia sus ventas fueron de un poco más de USD 1,4 millones.

En una moderna fábrica, que ha crecido en los últimos 13 años, empacan diferentes presentaciones en varios sabores: de sal, dulce, ajonjolí, picante y limón, cuenta Víctor Acaro, su hijo mayor y presidente de la firma Manimanía Foods Company Manihabs.

Al mercado también ofrecen maní tipo japonés y hace un año sacaron su último producto: un mix de habas, maní y arvejas verdes, que aún está en la fase de introducción en el mercado.

La crisis que provocó la pandemia del covid-19 los hizo mirar a hacia otro tipo de nichos de mercado, comenta José Rodríguez, el otro hijo de Alba y que ocupa la gerencia general.

Para ello, crearon un empaque metalizado y un nuevo diseño; así entraron a la red de las farmacias Fybeca en Pichincha y en las tiendas Oki Doki. La proyección es posicionarse en las grandes cadenas de supermercados.

Estos se suman a los canales que ya tenían, como supermercados Santa María, el sector hotelero y las escuelas y colegios. Las tiendas y centros de abastos fueron sus principales y primeros sitios de venta a nivel popular.

Con el confinamiento en 2020, sus ventas cayeron un 50%, debido a la disminución del consumo. Es una golosina y no compraban, dice Acaro.

Pero también se cerraron los hoteles, los establecimientos educativos y las mismas tiendas no pudieron vender regularmente, recuerda Rodríguez. En el caso de las últimas les devolvían el producto caducado y producían solo para reemplazarlo, con cero ventas, comenta el gerente.

A medida que se reactivan las actividades en los hoteles y los centros educativos, la empresa ha vuelto a vender y se recupera poco a poco. El sector hotelero compra sus productos a granel, para ofrecerlos en sus eventos.

A granel también entregan a bodegas del mercado Santa Clara, en el centro de Quito; y a otros clientes, que elaboran productos con frutos secos, pero con su propia marca.

Su gran mercado es Pichincha, pero también tienen clientes en Imbabura, Carchi, Cotopaxi, Tungurahua, Chimborazo, Bolívar y Cañar.

La producción se ha automatizado y mecanizado en todos sus procesos: en la fritura, en la selección de los mejores granos, en la mezcla, en el empacado, etiquetado y otras partes de la elaboración. Casi nada es manual y todo se efectúa con asepsia. Los colaboradores usan mandiles, cofias para el cabello, guantes e implementos adecuados para la manipulación de los granos. Eso se observa en las dos plantas dedicadas a la producción.

13 años atrás, Alba -una madre soltera- tenía una pequeña fábrica artesanal en El Inca, otro sector del norte de Quito. Desde que iniciaron, en 1991, todo lo hacían manualmente, recuerda Alba, quien ahora tiene 77 años.

En ese año, ella y su hijo Víctor que trabajaban como cocinera y conserje en el Ministerio de Obras Públicas vendieron sus renuncias. El dinero fue invertido en la compra de este negocio e idea a un joven emprendedor, que tenía un horno de pan para tostar el maní y una paila de bronce para preparar el maní confitado. Su inversión fue de 3 millones de sucres: algo así como USD 2 300 en esa época.

Víctor cuenta que tenían una gran demanda de su maní, porque que era un grano grande y de calidad. Los tres hacían la fritura, el confitado, el empacado en fundas plásticas transparentes y pegaban las etiquetas. Tenían un motorizado que iba a ofrecer y entregar el producto a las tiendas.

Víctor viajaba a Pedro Carbo, en Guayas, y a Santa Ana, en Manabí, para adquirir el maní; en Machachi y en Latacunga compraban las habas secas, pero se dejó de producir y compran a un proveedor que trae de Bolivia.

Rodríguez dice que su gran despegue comenzó cuando conocieron a un distribuidor mayorista que les compraba sus habas y maní. Ese cliente era Edmundo ‘Tres Pulmones’ Rodríguez, jugador del Aucas.

Su producción creció y un año antes de la dolarización compraron su primera máquina empacadora, que empezó a funcionar en el 2000. “Era hora de tecnificarse” y contratar personal, recuerda Víctor Acaro.