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¿Qué metas tenemos para el nuevo año?

29 de diciembre de 2016 15:00

El establecimiento de metas y propósitos se da, generalmente, en los umbrales del tiempo, que son momentos fuertes, capaces de estimular anímica y psicológicamente para el cambio y la renovación.

Ese tránsito ocurre en varios momentos de la vida de todo sujeto. El ‘a partir de hoy’, como una promesa para sí mismo, es parte de la capacidad reflexiva y del ejercicio de la voluntad, del deseo de evolucionar, que a veces se ve ahogado por la conformidad con la propia existencia, por la pérdida de la ilusión.

Puede que la persona esté convencida de que es víctima de las circunstancias, de que no tiene objeto tratar de cambiar la ‘realidad’. Tal vez cree que es un desgaste inútil de tiempo y energía mover lo que ya está acomodado, aunque lo acomodado le provoque mucha mortificación y ninguna alegría.

Sin embargo, y ese es el carácter paradójico de la vida, el movimiento y el cambio ocurrirán de cualquier forma. La estabilidad, a la manera humana, es algo inexistente en la naturaleza. Moverse con el cambio le resulta bastante complicado a quien ha optado por el estado ideal del reposo.

Esta lógica, llevada al plano profesional, provoca estancamiento, la obsolescencia. El apego a paradigmas, teorías, normas, sin la oportuna y periódica revisión de sus fundamentos y contenidos, genera conductas rígidas, entroniza verdades irrefutables.

El Año Nuevo es un tiempo propicio para plantearse una renovación profesional. La condición es contactar con la realidad. El futuro idealizado, para el cual nada se hace en el presente, no pasa de ser una fantasía.

Curiosamente, muchos individuos, poseedores de una formación académica sólida, con una inteligencia por encima del promedio, conservan vestigios del pensamiento mágico. Tienen el convencimiento de que las cosas ocurren en virtud de algún milagro, que les exonera del esfuerzo y la responsabilidad de tomar decisiones.

El autoanálisis es una herramienta de gran utilidad para evaluar el desempeño, sin negar el valor de la retroalimentación que puede proporcionar el grupo laboral. Y si se aúnan, la persona tendrá una percepción circular, completa, de su rendimiento.

La autocomplacencia es siempre una trampa. La evaluación ajena, aunque a veces dura, es más confiable. Esa misma evaluación, arrojará los atributos y potenciales en los que debiera ponerse mayor énfasis. Se trata de la reafirmación de los talentos naturales, pero que son también susceptibles de pulirse.

Quizás sea necesario trabajar sobre algunos hábitos, pequeñas cosas capaces de estropear un buen desempeño profesional. Revisar la calidad de la comunicación con los colegas, salir del ensimismamiento.

Mejorar la puntualidad, que no es solo timbrar a tiempo, sino la gestión general, sin demoras innecesarias, por negligencia o pereza.

La pulcritud, que significa hacer un trabajo prodigado, bien acabado, que facilite la labor de otros colegas; que no exija continuas revisiones; es decir, que esté exento de errores.

Hallar el equilibrio necesario entre el trabajo y la vida familiar. Las comodidades y el desahogo económico no compensarán siempre la ausencia permanente en la vida de los hijos y del cónyuge. La adicción al trabajo como una fuga de sí mismo, será un tema a resolverse el 2017.
Finalmente, la zozobra, los pensamientos trágicos acerca del futuro laboral, la angustia de un inminente despido, son verdaderos enemigos de un buen desenvolvimiento. Habrá que ahuyentarlos con mucha fuerza psicológica y auténtica convicción del propio valer profesional y humano