Marx y Lenin eran conscientes de que el mayor aliado que tenía la revolución era la miopía de los capitalistas. Concentrados en aumentar la plusvalía (utilidades), no perciben el aumento de la explotación (división y clases sociales) y abren el camino de su destrucción (revolución).

La dirigencia empresarial venezolana es uno de los grandes ejemplos de esa actitud suicida. Durante años, financió y se lucró con un sistema político corrupto, ineficiente e inequitativo. Creyó que la política estaba a su servicio e intereses. En esa fractura social se introdujo el chavecismo, y el sector privado ha sido la principal víctima de su mediocre actitud histórica.

Algo similar pasa en Colombia. La economía va bien y, por lo tanto, los empresarios están felices y plácidos. Sus balances son inmejorables, el crédito fluye, la cartera está controlada. La política no es importante mientras la economía se expanda.

Tampoco son significativos para los empresarios asuntos como la corrupción que deslegitima las instituciones o el recrudecimiento de la inseguridad, mientras siga siendo en el campo. En el fondo, muchos creen que su mundo puede reducirse al espectro de los negocios.

Nada es menos cierto. La realidad empresarial está estrechamente ligada a la realidad política. Los gremios son los encargados de llevar el mensaje del sector privado a la esfera pública.