Álex Robayo viaja por todo el mundo. Es un ecuatoriano que trabaja para la ONU. Foto: Vicente Costales / LÍDERES

Álex Robayo viaja por todo el mundo. Es un ecuatoriano que trabaja para la ONU. Foto: Vicente Costales / LÍDERES

Pedro Maldonado
Descrición
¿Te sirvió esta noticia?:
Si 11
No 0

La ayuda global con la ONU es parte de su día a día

11 de julio de 2016 07:22

Cobrar USD 500 000 en un banco, cargar todo ese dinero en efectivo en una mochila sin que nadie más lo sepa y embarcarse en un pequeño avión desde República Dominicana hasta Haití parece la escena de una película.

Lo mismo se puede pensar al volar a Afganistán un 1 de enero, en medio de un crudo invierno y recibir -apenas desembarca del avión- un casco y un chaleco antibalas. Todo ante la mirada de decenas de extraños y a metros del sonido de balas y explosiones.

O aterrizar en Sierra Leona, en plena epidemia del ébola sin saber a quién dar la mano y qué comer durante semanas. Las descripciones no corresponden a un guion cinematográfico o a un libro de corte apocalíptico.

Son experiencias de vida de Álex Robayo, un ecuatoriano de 36 años, radicado en la actualidad en Honduras. Allí se desempeña como Oficial Internacional de Finanzas del Programa Mundial de Alimentos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Estos y otros recuerdos Robayo los cuenta con tranquilidad. Pero admite que en esos momentos sintió miedo, mucho miedo.

Fanático del tenis, del fútbol y de los viajes, tenía otros planes para su vida. Estudió finanzas en una universidad privada y se visualizaba trabajando en un banco o en la bolsa de valores de EE.UU.

Cuando terminó sus estudios empezó a buscar empleo. Lo primero que se le cruzó en el camino fue un anuncio que solicitaba un pasante en las oficinas de la ONU en Quito; al mismo tiempo tuvo una oportunidad en un banco. Aplicó para las dos opciones y se instaló en el banco... pero solo por un día. “Me llamaron de la ONU y decidí aceptar su propuesta”.

Era un viernes y para el martes de la siguiente semana estaba vinculado con la actividad que marca su día a día, con experiencias que pocas personas pueden vivir.

Con sus conocimientos en finanzas fue escalando posiciones en la sede de la ONU en Quito. Uno de sus superiores, el nepalí Umes Pradhan, estaba al frente de la oficina; él se convirtió en una suerte de guía y mentor. “Con sus consejos fui creciendo y pude aprovechar las oportunidades”.

En Quito, Robayo trabajó con Fernando Carrillo, quien ahora es parte de la oficina colombiana de la Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados. Carrillo lo recuerda como un gran ser humano, serio, dedicado y con ganas de aprender siempre. “Esas características le ayudaron a crecer en las oficinas de Quito y proyectarse como un funcionario de carrera”, asegura Carrillo, desde su oficina en Bogotá.

Así Robayo llegó a ser parte del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU primero en Quito, luego en Panamá y ahora en Honduras. Se había convertido en funcionario internacional del organismo; su primera misión fue en el 2005, en Guatemala, golpeada por inundaciones. La tarea de Robayo era coordinar la entrega de recursos económicos.

La primera gran prueba llegó a inicios del 2010, con el devastador terremoto que golpeó a Haití el 12 de enero. Al día siguiente estaba volando hacia Santo Domingo, la capital de República Dominicana. El sismo destruyó casi todo, incluidos los sistemas bancarios, por lo que su responsabilidad era entregar dinero en efectivo a otros oficiales de la ONU, que se encargaban, a su vez, de ayudar a los cientos de miles de damnificados.

“Todo estaba destruido. Fue un golpe muy fuerte ver en esa situación a un país que ya había visitado”, dice Robayo, esposo y padre de dos niños. En Haití estuvo asignado durante un año y medio. Fue una suerte de preparación para más situaciones desafiantes.

Al retornar a Panamá cambió de base de trabajo y se instaló en Honduras. Allí fue asignado, en el 2013 a otra tarea humanitaria del PMA. Su nuevo destino fue Kabul, la capital de Afganistán, en donde el miedo y los bombazos eran parte del día a día. “En la oficina del PMA teníamos altas medidas de seguridad y salir a la calle era una aventura por el temor a los atentados de grupos como los talibanes. Las alarmas se activaban en el día y en la noche”, relata Robayo.

En Afganistán estuvo tres meses, entre enero y marzo del 2014, hasta que regresó a Tegucigalpa, .

Un año después volvió a Sierra Leona, donde ya había estado en el 2013. La misión fue atender a la población afectada por el virus del ébola. Los controles sanitarios en los aeropuertos eran impresionantes y las tareas se cumplían en carpas. Además estuvo en Ghana, Guinea y Liberia con más personal del PMA entregando recursos para las poblaciones afectadas por el mortal virus.

En abril pasado llegó a Manabí para dar soporte a su país natal, tras el terremoto del 16 de abril. Hoy tiene más desafíos.