Su trabajo sacerdotal lo inició cuando tenía 25 años. Con el tiempo se fue involucrando en el mundo del cooperativismo y el trabajo comunitario en varios puntos de la Sierra centro ecuatoriana. Foto: Ángel Barona PARA LÍDERES

Su trabajo sacerdotal lo inició cuando tenía 25 años. Con el tiempo se fue involucrando en el mundo del cooperativismo y el trabajo comunitario en varios puntos de la Sierra centro ecuatoriana. Foto: Ángel Barona PARA LÍDERES

El servicio social es su marca desde hace 65 años

10 de abril de 2017 13:32

Un barrio y una ciudadela llevan su nombre. Al menos unas 5 600 familias se asociaron a alguna de las 40 cooperativas de vivienda que ayudó a formar, pero él solo siente orgullo por una pequeña habitación que logró construir en la parte posterior de la casa de su hermana.

Esa descripción corresponde a Modesto Arrieta, un párroco jubilado, de 92 años, que acostumbraba a convertir el altar central de sus capillas en mesas de trabajo al terminar la misa de las 19:00.

“Tapábamos el Santísimo con un mantel y empezaban las reuniones. Muchos criticaban, pero yo les recordaba que lo que hacíamos no era profanar el templo de Dios, sino practicar el evangelio con obras”, recuerda entre risas.

Él se convirtió en precursor del cooperativismo por encargo del exobispo Leonidas Proaño, cuando cumplió los 28 años. Arrieta ayudó en la organización de cooperativas de vivienda, formó grupos de obreros y gestionó donaciones extranjeras y capacitación para el desarrollo de la gente.

Arrieta le tomó la posta en las labores de servicio social a Monseñor Proaño, quien fue su mentor durante los primeros años de su carrera y era reconocido por su ideología liberal, y la difusión de su “Teología de la liberación”, que en sus fundamentos relacionaba el evangelio católico con la equidad y la justicia social.

Cuando Proaño llegó a Riobamba, Modesto Arrieta se desempeñaba como secretario de la Diócesis. Él quedó tan admirado por el pensamiento diferente y la doctrina con obras que practicaba el nuevo obispo, que decidió seguir sus pasos y aprender de él, por lo que se mudó a su vivienda.

En 1950 ayudó en la fundación de las Escuelas Radiofónicas Populares para evangelizar y alfabetizar a la población indígena que en ese tiempo era víctima de racismo y explotación laboral. Además, vivía en condiciones de pobreza extrema.

Pero la crisis económica no solo afectaba al sector rural, en las ciudades también había desigualdad y falta de empleo. Eso lo descubrió al relacionarse con los feligreses de la primera parroquia que le asignaron, San Alfonso.

“Descubrimos que la principal dificultad de la gente era que la mayoría de familias no tenía una vivienda propia y los arriendos eran sumamente costosos. Ahí fue cuando decidí que había que hacer algo y empezamos a pensar en un plan para ayudar”, recuerda Arrieta.

La idea de formar una cooperativa de vivienda surgió en Bellavista, un barrio situado en el sur de Riobamba. Allí había terrenos disponibles y los propietarios estaban dispuestos a aprender sobre el cooperativismo, una nueva idea sobre la economía solidaria difundida por Proaño.

Pero la dificultad era la falta de confianza de la gente, nadie quería entregar su dinero y no creían que fuera posible obtener una casa propia con cuotas bajas. Fue entonces cuando los directivos de la ciudadela que querían formar recurrieron al párroco.

“Me encomendaron la tarea de aprender sobre las cooperativas de vivienda y de hablar con ellos. Monseñor me dijo que yo tenía talento con la gente y que ellos confiaban en mí”, cuenta Arrieta.

Así empezó a capacitarse sobre las cooperativas de vivienda, el consejo de administración, el consejo de vigilancia, cómo formar comisiones y otros puntos necesarios en la organización. Él incluso viajó para conocer las experiencias de otras cooperativas que se habían formado en el país.

La experiencia de Bellavista fue tan exitosa, que decidió replicar el proyecto años después en su nueva parroquia, Santa Rosa. Allí en cambio, la gente no tenía terrenos propios y familias enteras vivían en pequeños cuartos y pensaban que obtener una casa propia sería costoso y que el plan del párroco estaba fuera de sus posibilidades.

“Esa fue la primera batalla, la gente”, admite Arrieta. Él visitó durante meses a cada familia en sus casas para proponerles la idea de asociarse en una cooperativa.

Según él la segunda batalla fue conseguir la donación de parte de los terrenos que le pertenecían a la hacienda La Primavera y estaban abandonados. Cuando lo logró, 800 familias se asociaron para formar parte de una nueva cooperativa. La experiencia le incentivó a centenares de personas de toda la ciudad que le buscaron para que asesorara sus proyectos de vivienda. Se convirtió en el consultor de unas 40 cooperativas.
Milton Zavala, habitante de la ciudadela Modesto Arrieta recuerda al padre por su espíritu alegre y su diligencia. Lo describe como un hombre de acción. “Cuando se propone una idea inmediatamente empieza a trabajar y por eso muchas familias nos organizamos y hoy tenemos un techo”.