Carlos Castañeda se dedica a un oficio que ha estado en su familia por más de 100 años.  Teme que se pierda el conocimiento de la actividad. Foto: Raúl Díaz para LÍDERES

Carlos Castañeda se dedica a un oficio que ha estado en su familia por más de 100 años. Teme que se pierda el conocimiento de la actividad. Foto: Raúl Díaz para LÍDERES

La talabartería se niega a desaparecer en el país

12 de febrero de 2019 09:45

En el taller de Carlos Castañeda nada es moderno. Aún moldea el cuero y la suela con sus herramientas rudimentarias.

Con precisión, da forma a las monturas y zamarros. Las heredó de su padre Fidel, quien también fue un talabartero reconocido en el cantón Píllaro, en Tungurahua.

Alrededor del rústico taller, localizado en el centro de la ciudad, cuelgan las grandes alfombras de piel de borrego y de vacuno que crean un ambiente tradicional.

Castañeda, de 65 años, se lamenta porque esta actividad pierde fuerza con el tiempo y porque todo se ha industrializado. Además, ninguno de sus tres hijos continúa la tradición familiar, a pesar de que en las haciendas se sigue requiriendo de sus servicios.

Este experto artesano domina todo el proceso en la elaboración de estos objetos hechos a mano. La calidad de sus trabajos permitió que más chagras o vaqueros de Machachi, Quito, Ambato y otras ciudades llegaran para solicitar una montura bajo pedido. También sus trabajos han ido hacia EE.UU., Chile y Bolivia.

Castañeda cuenta que la talabartería consiste en trabajar diversos artículos de cuero para caballerías, especialmente las monturas y los zamarros que son utilizados por los vaqueros de las grandes haciendas de la localidad.

Y su local Talabartería Castañeda parece resistir el paso del tiempo. Al ingresar, el olor a cuero se riega en el ambiente.

Recuerda que su abuelo Miguel aprendió este arte en el tiempo de Eloy Alfaro, que trajo al país a maestros de la albañilería, sastrería, herreros y talabarteros para que enseñen a la población. “Son alrededor de 100 años que hemos trabajado en conjunto con los herreros elaborando estas prendas”.

Para Castañeda, ese negocio es su vida. Cada mañana se despierta a las 05:00 para continuar con la confección de las monturas, cuyo 90% es hecho a mano. Para dar forma a los grabados de media luna y otros utiliza una especie de cincel de acero, en donde están grabadas las figuras y con base en los golpes de un martillo estos quedan impregnados en la baqueta (suela).

El color café lo da con un pigmento natural. En este arte, el trabajo de los herreros es importante, puesto que elaboran las argollas, los cinchos para sujetar los estribos. “Eso da resistencia a toda la estructuras y correas que van agarradas a la montura”, manifiesta Castañeda.

La estructura de una montura se inicia con el fuste elaborado con madera, luego se cubre con un cuero crudo templado para que la estructura sea maciza y resistente, para cuando el jinete -que atrapa un toro- lo amarre a la montura. “Mi padre me enseñó a trabajar con responsabilidad en cada una de las obras, por eso la garantía en los trabajos es de 5 años”.

La elaboración de una montura puede tardar hasta tres semanas. Lo que requiere es de días soleados para domar la baqueta o suela que es humedecida. El cosido, el pretal y las retrancas de la silla deben ser fuertes para cabalgar y al momento de arrear al ganado o al atrapar a una res.

Atahualpa Chato es conocido como el último talabartero de la parroquia Ambatillo. Este artesano, que heredó esta profesión de su abuelo, domina todo el proceso de elaboración de esas artesanías hechas en cuero de res.

Chato estuvo vinculado desde pequeño a los caballos y se interesó por el oficio que aprendió solo mirando. Luego fue a las páginas de Internet para conocer las técnicas que las perfeccionó.

Antiguamente los vaqueros o chagras usaban las patas de venado como el soporte del látigo, pero este fue reemplazado por la madera de chonta. ““No está permitido cazar a los venados en el páramo y reemplacé por madera”.