María Ochoa, jefa de Producción, supervisa los tamales y la salsa de ají Mamina, que son procesados en una fábrica que se instaló en el valle de Los Chillos, en Quito.  Foto: Cortesía: Mamina

María Ochoa, jefa de Producción, supervisa los tamales y la salsa de ají Mamina, que son procesados en una fábrica que se instaló en el valle de Los Chillos, en Quito. Foto: Cortesía: Mamina

Una tradición familiar llegó a los supermercados

7 de diciembre de 2021 13:26

Una tradición familiar, que ha perdurado en las manos de Carmen Palacio llega a las mesas de quienes gustan de los tamales hechos con sémola.

José Donoso quiso compartir los saberes gastronómicos de su madre, a través de su emprendimiento: Mamina. Así llaman los nietos a la matrona de esta familia.
Con la marca Mamina se comercializan los tamales de sémola y la salsa de ají, ambos con el registro sanitario y el cumplimiento de otros requisitos de calidad.
Los tamales se encuentran desde mayo en Supermaxi y Megamaxi de Quito y en los valles. El segundo producto se distribuye desde abril en los supermercados Santa María de Quito.
En una segunda fase se espera que esta salsa se venda en el delicatessen de Santa María Express, comenta Tamara Ruiz, quien se encarga de la administración del pequeño negocio, que puso los primeros tamales en el mercado quiteño en mayo de 2019.
Estos productos son empacados al vacío, mientras que la Sala de Ají Mamina viene en envases de vidrio, de 250 gramos, y están sellados herméticamente. Por esa razón están en las perchas y ya no en el área de refrigerados, como antes cuando el recipiente era de plástico.
Cambiaron el empaque, dice Donoso, primero por conciencia ambiental con el planeta y luego por la durabilidad del producto al estar almacenado en vidrio.
Donoso fundó este negocio, junto con su esposa y su hermana, como una manera de prolongar estas recetas que han estado en su familia por varias generaciones.
Si bien su madre también prepara tamales con mote o sambo, los de sémola son diferentes, dice.
Su textura es suave y delicada, y su relleno está hecho solo con pechuga de pollo, comenta. Pero también tiene sus ingredientes ‘secretos’ que solo los conoce doña Carmen, cuando prepara sus tamales para las reuniones familiares o de amigos.
Ruiz recuerda que las ventas iniciales comenzaron a través de las redes sociales como Whatsapp,
Facebook e Instagram, para entrega en servicio a domicilio. Esta modalidad aún se mantiene.
Al principio, Donoso los entregaba en su auto con el que recorría la ciudad y el valle de Los Chillos, donde está la pequeña fábrica. Ahora, se contrata un motorizados y el servicio no tiene costo.
La planta produce entre 300 y 450 tamales diarios, aunque hay días en que la demanda sube. Ese incremento también se proyecta para este mes, que sube el consumo debido a las reuniones por la época navideña y de fin de año.
Al inicio eran de 50 a 100 unidades semanales, que solamente se repartían a domicilio.
Mamina también tiene su página web, que es otro canal de ventas que crearon para posicionar el producto en otras ciudades del país. El objetivo inmediato es llegar a más puntos de ventas para que el tamal y su picante estén en las mesas de los ecuatorianos, que es uno de los objetivos de esta iniciativa, manifiesta Ruiz.
Pero la proyección para los próximos dos años es exportar a México y Perú, indica Donoso.
En sus investigaciones de mercado ha encontrado que los habitantes de ambos países consumen mucho tamal de sémola. En México es como si fuera el pan, por lo que la idea también es instalar una pequeña fábrica en ese país.
Con ese horizonte realiza inversiones en la adquisición de maquinaria para optimizar los tiempos de producción y de costos.
Por ejemplo, adquirió una máquina empacadora al vacío automatizada y otra máquina automática para la cocina.
Las inversiones superan los USD 25 000, pero hace dos años comenzaron con USD 6 000.
El principio fue complicado, recuerda el emprendedor. Como quería elaborar un producto, que tuviera garantías para el consumidor, emplearon recursos y tiempo para tramitar el registro sanitario, el código de barras y cumplir otros requisitos antes de ponerlo en el mercado. Se demoraron seis meses en obtener el registro sanitario y pagaron USD 550, luego de haber conseguido la certificación de un laboratorio.
Tras más de dos años de operaciones, la microempresa ha crecido y ya tiene cinco empleados, desde que en 2018 se decidiera hacer realidad una idea que nació en una reunión comiendo tamales, recuerda el emprendedor.