Claudio Cabrera Diseña y borda artesanías que representan a todas las nacionalidades del Ecuador. Foto: LÍDERES

Claudio Cabrera diseña y borda artesanías que representan a todas las nacionalidades del Ecuador. Foto: LÍDERES

Él le cambió el uso al tradicional cedazo

4 de diciembre de 2017 16:39

Los antiguos cedazos que se descontinuaron como utensilios de cocina son la materia prima fundamental en el taller artesanal de Claudio Cabrera. Él los convirtió en creativos y coloridos souvenirs que retratan escenas de las nacionalidades indígenas del Ecuador.

Cabrera, de 67 años, es oriundo de Guangopolo, una parroquia situada al norte de Quito. Hace casi cincuenta años ese sitio era conocido por la tradición de la fabricación artesanal de los cedazos. Eran requeridos para tamizar harinas y cernir líquidos.

Pero en la década de los 70, en Ecuador se descubrió petróleo y la industria plástica empezó a despuntar. “En poco tiempo empezaron a aparecer en el mercado los instrumentos plásticos para la cocina. Nos quedamos sin trabajo”, recuerda Cabrera.

Él y toda su familia dependían de la manufactura de los cedazos para subsistir. De hecho fue su bisa­buela, Melchora Yánez, quien le enseñó la técnica para tejer las delgadas y resistentes telas de los cedazos, cuando tenía 7 años.

Los cedazos se manufacturaban con fibras tratadas de la crin del lomo y de la cola de los caballos. El pelo natural de esos animales era resistente y lo suficientemente delgado para separar los residuos de bagazo de la harina fina para preparar máchica, coladas, pan y una variedad de alimentos.

“Nadie podía cocinar sin uno de nuestros cedazos. Siempre en las ferias llegaban compradores de todo el país y podíamos vivir holgadamente. Casi todos los habitantes de la parroquia nos dedicábamos a lo mismo”, recuerda.

Cuando el negocio decayó, él decidió, junto con su hermana Rosita Cabrera, buscar una estrategia para evitar la pérdida de la tradición y del negocio de los cedazos. En 1984 decidió cambiar el uso a ese instrumento de cocina.

Ese año instaló un pequeño taller en su casa. Solo requirió comprar hilos de colores y agujas, pues ya contaba con todas las demás materias primas, y empezó a retratar paisajes bordados sobre las bases de los cedazos.

El nuevo producto se volvió popular entre los turistas, y en poco tiempo más moradores de la parroquia pidieron unirse a su taller como aprendices. Los turistas extranjeros eran los principales clientes y las artesanías se vendían en el Centro de Quito.

Ese mismo año, Claudio organizó la primera feria internacional de artesanías en un museo de esa ciudad. Más de 60 expositores de varias provincias y de países vecinos participaron en el evento.

“Ese día aprendí que la organización era la clave para progresar. Solos éramos artesanos tratando de sobrevivir, pero cuando nos uníamos, éramos un gremio muy fuerte. Además, necesitamos espacios propios para mostrar nuestro arte”, cuenta sonriente.

En el 2003, Cabrera buscaba nuevos mercados para sus productos y decidió probar suerte en las ciudades de la Sierra Centro. “Por una discusión familiar salí de mi casa sin dinero y solo con un rondador en la maleta”, recuerda.

Su talento para la música y el canto le ayudó a ganar lo suficiente para subsistir y para iniciar un nuevo negocio. Riobamba se convirtió en su ciudad de destino por la diversidad cultural y los espacios para exponer artesanías.

Allí, en la Plaza Artesanal del Tren, en el centro de Riobamba, está ubicado su puesto. Él ofrece juegos de cedazos bordados, tapetes, relojes, aretes y hasta pequeñas esculturas de aves hechas únicamente con pelo de caballo.

Las artesanías cuestan entre USD 3 y 40, y son los recuerdos preferidos de los riobambeños con familiares en el extranjero. “Ahora, más que los visitantes extranjeros, los locales son nuestros clientes más asiduos. Los cedazos les traen recuerdos de su infancia, pero tememos que algún día los dejen de recordar”, dice Cabrera.

Raquel Moreno es una de las clientas más asiduas de este artesano. “Estos son los obsequios perfectos para nuestros familiares en el extranjero. Cuando les contamos que antes usábamos esto en la cocina y que son fibras auténticas de pelo de caballo, no lo pueden creer. Es un pedazo de historia hecho arte”, dice Moreno.

En el futuro, Cabrera espera mantener su negocio en la Estación del Tren, aunque los últimos meses han sido críticos para todos los artesanos que ofertan allí sus creaciones. “Necesitamos más promoción turística de las rutas del tren y precios populares, para que más gente pueda acceder”.